Dejar ir es una ilusión pues en realidad nada nos pertenece. Solo somos cuidadores de todo.
El ego nos hace creer que algo es nuestro y que si no ejercemos control sobre ello, lo perderemos. Por tanto, el apego proviene del miedo.
El miedo y la fe o confianza no pueden ocupar el mismo espacio; son vibratoriamente opuestos. Soltar algo que creemos que nos pertenece es entonces un acto de amor. Es una forma de mostrarle al universo que tenemos fe, que confiamos en su inteligencia Divina, y que nos sabemos merecedores de sus bendiciones. Finalmente, algo hecho con amor solo puede generar más amor.
Dejar ir no significa perder, pues nada se pierde en el universo. A veces las cosas solo necesitan tiempo y espacio para transformarse. Retardar su transformación por miedo a perder es ir en contra de nuestra propia naturaleza.
Dejar ir tampoco significa renunciar, sino lo contrario: rendirse. Un acto de rendición es un acto de amor, pues tiene que ver con aceptar que hay algo más grande que nuestro ego.
Si algo se aleja de nuestro camino, ha cumplido ya su función. No significa que no podamos volverlo a encontrar después, en otra forma. Mientras tanto, aferrarnos o apegarnos a ello únicamente generará sufrimiento.
Todo es cambio, transformación, movimiento. De alguna manera, la vida es una manifestación de ello. Aquí solo estamos de paso y nuestra existencia como la conocemos un día llegará a su fin. Nada más podremos llevarnos nuestras experiencias, aquello que hizo al alma vibrar. Quizá las cosas, personas o situaciones que a lo largo de la vida tengamos que «dejar ir» sean solamente un recordatorio de que somos amor, no miedo.
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