La mayoría de nosotros dejamos de cuestionarnos conforme crecemos. Creer en lo que nuestra cultura, sociedad y familia nos ha enseñado a creer, así como reafirmar estas creencias a través de nuestras experiencias, nos proporciona una aparente seguridad.
Así es como llegamos al punto de creer saberlo todo, o casi todo. Y ahí es donde la magia de la vida se empieza a marchitar en nosotros. Cuando somos niños, queremos explorar el mundo y lo cuestionamos todo para poder aprender. Es como si en nuestra mente aún estuvieran abiertas muchas posibilidades y el mundo nos fuera diciendo cuál de ellas escoger. No hay nada de malo en esto, en elegir una opción para experimentarla; lo que nos limita es creer que se vuelve nuestra única posibilidad. Con el tiempo, es fácil olvidar que existen otras, incluso cuando las vemos sucediendo para alguien más consideramos que están fuera de nuestro alcance. Sin embargo, esto solo es así si lo creemos así.
Nuestras creencias son parte importante de nuestra experiencia, no se trata de enjuiciarlas o de dejar de tenerlas, se trata de recordar que podemos elegir cuáles tener: aquellas que nos limitan o aquellas que nos llenan de poder.
¿Qué tanto cuestionamos lo que hacemos todos los días? ¿Nos hemos preguntado si nos hace bien? Puede ser nuestro trabajo, nuestra forma de alimentarnos, un pensamiento, conducta o comportamiento. ¿Es absolutamente cierto que las cosas solo pueden salir bien si se hacen de una sola manera? ¿A qué edad empezamos a creer que no éramos valiosos o poderosos? ¿O que ya era demasiado tarde para hacer un cambio o empezar algo nuevo? ¿Qué es demasiado? ¿Y quién es el encargado de indicarlo?
Cuando dejamos de hacernos preguntas, dejamos de obtener respuestas. Quizá la ganancia que conseguimos de no cuestionarnos nuestra vida es precisamente esa: quedarnos donde estamos, no movernos de nuestra zona “segura”. Sin embargo, ese limitado espacio en el que pretendemos encajonar a la vida nunca podrá contenerla. Nosotros mismos estamos cambiando todo el tiempo; por lo tanto, tiene sentido no dejar de cuestionarnos.
Las respuestas que obtendremos son las que nos permitirán adaptarnos a la naturaleza cíclica de la vida. También son las que facilitarán conocer otras facetas de nosotros que no sabíamos que teníamos, con distintas habilidades, retos y herramientas. ¿No querríamos conocernos completos?
Hagámonos preguntas sin temor; si encontramos algo que nos reta o nos cuesta enfrentar, como darnos cuenta de que ya no disfrutamos nuestro trabajo o matrimonio, tomemos en cuenta que todos los aspectos que parecen estar fuera de nosotros (como un empleo o una relación), siempre tienen que ver nuestro interior. Por tanto, la verdadera consciencia que obtendremos será darnos cuenta de que ya no disfrutamos de nosotros mismos desde hace tiempo… quizá porque nos hemos estado juzgando de poco interesantes, poco divertidos o poco valiosos. De ahí surgirá la verdadera pregunta: «¿Qué podemos hacer para disfrutarnos de nuevo?» Las respuestas siempre aparecerán.
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